Aunque con un poco de retraso, al fin podemos reportaros noticias sobre
nuestro azaroso viaje a Italia. Ya era hora después de tan intensos días
de adaptación, sobresaltos y otros sustillos cotidianos.
El martes fuimos puntuales. Desde el Colegio a las cinco y media de la
mañana, en tres vehículos, emprendimos el camino hacia el aeropuerto.
Risas hubo (y muchas) al pasar por los controles, y caminamos por los
eternos pasillos de Barajas para encarar una aventura privilegiada.
El primer susto nos lo dimos al embarcar. Yuliana no tenía algún papel
en regla y debía quedarse. Los chicos estaban apurados. A mí se me
encogió el corazón. Partimos con un no sé qué dentro del alma, sin
lágrimas visibles, pero con temor, incertidumbre, nostalgia e
impotencia.
El vuelo fue rápido. Conocimos a casi todas las muchachas que serán
nuestras vecinas durante la primera quincena. Hubo mareos, pero no
nuestros, y vómitos y quejas, pero no vallecanas. Llegar a Milán nos
alegró y entristeció a partes iguales.
La noticia telefónica de que Yuliana llegaría por la tarde fue un
alivio. Dejé a Elena, Diego, Gustavo, Ismael y Jorge en el autobús,
acomodados junto al resto de la expedición italiana, y yo eché el ancla a
la espera de tan anhelada rezagada.
Las horas pasan rápido. Mentiría si no os dijese que estuve allí, en
Malpensa, más de ocho horas. Unas veces sentado leyendo, intentando
contactar vía internet otras, paseando sin rumbo por la pléyade de
tiendas y cafeterías.
El italiano se entiende bene (y aquí nos acordamos de las académicas
sesiones gramaticales de Don Jesús Guerra, nuestro cicerone particular),
doy fe. Cuando llegó Yuliana, emprendimos el viaje místico hacia
Fossano. Los demás ya habían llegado a Boschetti.
Fueron otras dos horas y media largas de trayecto terrestre por
carreteras que tienen mucho que envidiar a las españolas, pero merece la
pena. ¡Qué verdor de los campos!, ¡qué gratificante brisa!. Llegamos
tarde y cansados, pero estamos TODOS y eso es lo importante.
Acordándonos constantemente del resto de colegas de la Ciudad, aunque
separados por miles de kilómetros, nuestros corazones están con
vosotros. A los profesores les escuchamos en nuestro interior en esos
momentos de silencio y reflexión.
Un abrazo cordial,
ELENA, ISMAEL, YULIANA, JORGE, DIEGO, GUSTAVO Y RAÚL
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