Al final salió. Sábado 20 de abril de 2013. En la estación de Fossano, no recuerdo qué andén. El tren que se acerca. Las palabras de Ángel García en la "Caja de cerillas". Recordatorios universitarios. El traqueteo ferroviario. Los paisajes que se suceden, así, deprisa. En duermevela los viajes son frágiles. Los árboles son brazos que se agitan. Llueve. Las gotas de lluvia se mezclan, ventanilla abajo, con esa sensación mezcla de asombro y de cansancio.
Los cadáveres en el olvido son arpegios mudos.
Desde las 8 de la mañana, la espera en el andén fue fugaz. Volátil la mirada que enlaza el uno al otro en desiertos desconocidos. El vagón fue nuestro. Pinardi a un lado, Ciudad al otro. Los asientos son cómodos, azules, con cabecero útil para reposar cualquier idea que merodea al viajero insatisfecho. ¡Qué insatisfacción!. Los railes aúpan la máquina sobre ríos, torrenteras y prados.
¿Cartelas que se tambalean hacen temblar vuestros corazones?.
Buscamos Torino en las conciencias adormiladas. Observo a Yuliana, pero sin que ella advierta que la estoy escrutando. ¿En qué piensa cuando pierde su mirada en la infinita marea de yerba mojada?. Luego Jorge, Ismael, Diego. ¿Con qué sueña Gustavo cuando absorbe el olor profundo y penetrante de la tierra húmeda?. Al final, Elena. ¿Quién no saca la cabeza por la ventanilla e intenta agarrar las nubes?. Estáis en otro país. Vivís otro tiempo. Éste es el tiempo de otra vida.
Abrazamos la provincia de Cuneo, sí, la abrazamos como naúfragos. Llegamos a Turín, a la estación de Porta Nuova en una hora y poco. Lo primero que hacemos allí es comprar los tickets para el autobús que nos acercará a Valdocco, la casa madre salesiana. Llueve mucho. Me quedo sin metáforas. Diluvia tanto que tenemos que comprar unos paragüas, menos mal que estos chicos, en su salsa, pudieron regatear con los africanos que los vendían en el pórtico.
Torino o Turin, es una ciudad importante de la Italia septentrional, capital del Piamonte en la margen derecha del río Po y cercada por los Alpes. Imaginad una urbe que rebasa los 2.200.000 habitantes. Para los que quieran datos, apunto también que su ubicación en una planicie regada por hasta cuatro ríos (además del Po, por el Estura de Lanzo, el Dora Riparia y el Sangone) explica la división de la urbe en una parte afincada en la colina, al este, y otra en la planicie, al Oeste, variando su altitud e inclinación. Su clima es continental como confirma la temperatura y pluviosidad del mes de abril que corroboramos en nuestras carnes.
Saliendo del apeadero , se deja a la espalda la Piazza Carlo Felice, bello jardín, aunque
peligroso por el tráfico que circula por sus calles contiguas. La mañana, fría
y lluviosa, empapa cada adoquín con un hado de elegancia y solemnidad. Desde la
cabecera de la plaza arranca la Via Roma, trasiego de pórticos, comercios y delicattesen varias. Nos detuvimos
un buen rato para que estos arditis se complaciesen ante cualquier
escaparate o vitrina.
La Via Roma configura un pequeño
remanso antes de fluir hacia la Piazza de San Carlo. De pronto son dos las
alegorías antropomorfas de inspiración greco latina las que miran al paseante y
lo amedrentan. Dos iglesias de estética barroca flanquean la entrada; en el
lado opósito permite. ¡Qué chaparrón!. Estamos a salvo bajo los soportales.
Ésta fue una aldea celta, luego colonia romana (Augusta Taurinorum), más
tarde rapiñada por los pueblos bárbaros y vuelta a saquear por cuantos
nómadas rebasaron los limes del Imperio. Dominio bizantino después,
reducto longobardo y envidiada posesión franca. Los primeros de todos en
habitar la zona fueron los taurinos. El siglo primero la reconvirtió en
campamento militar (Castra Taurinorum) y con el devenir de los años fue
dedicada a Augusto (Augusta Taurinorum). En su centro, la moderna Turín
evoca aquellas antiguas vías perpendiculares de la praxis militar
latina.
Si no en incendios, la destrucción se asocia a la existencia de la
ciudad a lo largo de envites tan célebres como el de Otón y Vitelio.
Ducado fue lombardo hasta la conquista carolingia (773), que mutó un
título por otro para pasar a condado francés. Sin embargo, como ciudad
libre sobrevivió desde el siglo XII hasta 1280, año en el que la casa de
Saboya la tomó como posesión patrimonial.
Tras la ocupación francesa (1536 - 1562), Manuel Filiberto, alias "el
duque Cabeza de Hierro", la recuperó para los Saboya, transfiriendo allí
la capitalidad con el pretexto de acortar el peregrinaje del cardenal
Carlos Borromeo. Mecenas de poetas y pintores, la región experimentó su
primer florecimiento artístico y cultural. La peculiaridad
arquitectónica y urbanística consiste en una mezcla de modernidad y
clasicismo que respetó el plano ortogonal de la Augusta Taurinorum
romana.
Me desahogo aquí y escribo para quien me quiera leer, pues los chicos no
me hacen mucho caso, e importa más tirar una fotografía que escuchar
una de esas interminables historietas que hacen que más de uno se duerma
en el aula. La Via Roma quizá sea la calle más impresionante del centro
histórico de Turín, conecta la Piazza Castello con la mencionada de
Carlo Felice. Su orientación Norte - Sur es un elegio a la planimetría
antigua.
La Via Nuova, bautizada como Contrada Nuova a finales del siglo XVI fue
capricho del duque Carlos Manuel I de Saboya. El proyecto de Ascanio
Vittozzi, arquitecto umbro, acabó por convertirse en eje principal de la
ciudad. Siguiendo el hilo de sus fachadas barrocas, luces llamativas y
atractivos eslóganes, llegamos hasta la Piazza San Carlo. Espectacular,
por cierto, la entrada al Giardino Di Sambuy, que hace una especie de
retranqueo en "v" para dar uniformidad estilística al pórtico (todo esto
en la rotonda de Carlo Felice). La Piazza C. L. N. presenta un par de
esculturas monumentales antropomórficas que me recordaron mucho a
aquellas alegorías antiguas, personificaciones de ríos y montañas, pero
éstas modernas, mucho.
Juvara coronó Santa Cristina con aletones y candelabros. El aspecto divertido de este barroco es marca de la casa, siciliana, del período (1678 - 1736). La crisis hizo que este meridional emigrase al Piamonte para atender la llamada del duque de Saboya y llenar sus bolsillos, de paso. Fueron Juvara y Guarini, colega y rival, quienes embellecieron la ciudad del Po.
La plaza, la verdad, es monumental. Pórticos que repiten parámetros serlianos (en la fotografía podéis ver el arco de medio punto apoyado sobre un pequeño arquitrabe que a su vez descansa sobre columnas pareadas y óculos en las enjutas) y elegancia.
Y en el medio, en el lado mayor, el barroco adquiere un tinte más clásico. La escultura ecuestre de "Cabeza de Hierro" está en el centro, altiva, fiera, con el porte feudal del Señor de Saboya.
Seguimos la Via Roma, dejamos miguitas de pan (que son nuestros recuerdos) allí, bajo la lluvia, para perdernos. Porque queremos perdernos. Porque la pérdida también consuela y alegra.
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